Sylvia del Villard
A Sylvia del Villard (n. y m. en Santurce, febrero 28, 1928 – febrero 5, 1990) se le recuerda como, posiblemente, la más fervorosa defensora de la herencia de la herencia africana en la cultura puertorriqueña. Mereció el reconocimiento de la crítica como una de las más originales intérpretes de la poesía negrista de Luis Palés Matos (1898-1959) y como una actriz dramática de alto nivel. Mujer de múltiples talentos, brilló en cada una de sus facetas. Muchos de sus compañeros en las lides artísticas coinciden en que verla en escena constituía “una experiencia alucinante”.
Esta negra boricua excepcional era hija del arecibeño Agustín Villard y la ponceña Marcolina Guilbert. Cuando era muy niña fue entregada por sus padres – de muy humilde origen – a la señora Paula «Mayina» Moreno, quien se hizo cargo de su crianza. Su niñez y temprana juventud transcurrieron en la Calle Manuel Corchado, en la barriada Villa Palmeras, en Santurce. Luego de concluir sus grados académicos regulares, gracias a una beca gubernamental, pudo ingresar en la Universidad Fisk, de Tennessee, donde cursó estudios de Trabajo Social y Antropología. Prosiguió su preparación universitaria en el City College, de Nueva York, culminando sus estudios en la Universidad de Puerto Rico, Concentrándose entonces en Drama y Pedagogía.
Fue durante su etapa en el City College neoyorkino que le afloró su pasión por la cultura africana y la inquietud por la investigación sobre su influencia en la formación étnica del puertorriqueño. Durante aquellas fechas, se adiestró en el arte danzario y educó su voz bajo la tutela de profesores tan reconocidos como Sonya Rudenka y Leo Braun, éste último, profesor de la escuela preparatory del Metropolitan Opera House. Tal bagaje le permitió formar parte del colectivo musical y coreográfico Africa House, que desarrollaba su actividad artística, principalmente, dentro del circuito universitario.
A partir de 1954, alternó su desempeño como maestra de Instrucción Elemental con una movida actividad teatral en la plaza neoyorkina. No obstante, su carrera artística cobraría mayor impulso a partir de la siguiente década, alternándose entre Nueva York y los escenarios de su patria. En el ámbito de la danza, coreografió montajes como The Boyfriend (de Sandy Wilson); The Crucible (inspirado en las “danzas de fuego” de Brech & Weill, Stravinsky y otros compositores clásicos); Kwamina (de Richard Adler); Valley Without Echo y Witches of Salem (basado en el drama homónimo de Arthur Miller), que agotaron temporadas en la Gran Urbe y luego se llevaron a otras ciudades norteamericanas.
En 1963 presentó un espectáculo de ambiente afroboricua en el café-teatro La Terruca en el Viejo San Juan. Y, my curiosamente, fue un actor chileno, Norberto Kerner, dueño del referido salón, quien la introdujo en el legado poético de Palés Matos. En lo sucesivo y ante la acogida que el público le dispensaba a sus funciones en la que combinaba la Poesía, el Canto y el Baile negros, se convirtió en atracción habitual de los cuatro prioncipales centros nocturnos de nuestra Zona Colonial: Ocho Puertas, La Tahona, La Tea y, naturalmente, La Terruca. Valga resaltar el dato de que, también en 1963, Sylvia del Villard agotó una exitosa serie de presentaciones en el cabaret El Jardín del Amor, propiedad de la famosa soprano cubana Zoraida Marrera en Nueva York.
Las más importantes salas de Puerto Rico, como el Teatro Tapia, el Teatro de la UPR y el Teatro La Perla de Ponce acogieron montajes de piezas como ¡Ay, papá, pobre papá, en el closet te enganchó mamá y qué pena me da! (de Arthur Hopit); La Cuarterona (de Alejandro Casona); La tempestad (de William Shakespeare); Let My People Go (de Marshall Flaum); la zarzuela Cecilia Valdés (de Gonzalo Roig Lobo & Gustavo Sánchez Galarraga); Acquelarre tambó, Gri-Gri, El reto y La muerte (de su autoría); sus adaptaciones a la escena de El baquiné (de Abelardo Díaz Alfaro) y de los poemas de Víctor Llanos en los que hizo despliegue de su gran capacidad histriónica. También tuvo oportunidad de aparecer en tres producciones cinematográficas: The Americans Came Playing the Violin, The Time We Lost y Los traidores de San Ángel (1966), esta última, rodada en Puerto Rico bajo la dirección del prestigioso argentino Leopoldo Torre-Nilson.
En 1968 fundó la Compañía Teatro Afro-Boricua El Coquí, que fue reconocida como máxima exponente de la cultura antillana por Asociación Panamericana para el Festival del Nuevo Mundo. Tal distinción motivó a la institución norteamericana National Endowment for the Arts a concederle un contrato para presentarse en centros culturales y recintos universitarios de Estados Unidos y Latinoamérica. Aquel recorrido también se extendió a varias naciones africanas, donde ofreció recitales de poesía negrista puertorriqueña, enfatizando en la obra de Palés Matos.
Pero, a pesar de su intensa actividad artística y cultural, su vocación como servidora pública jamás flaqueó. En 1971 se involucró en el programa impulsado por la municipalidad San Juan: Ciudad Modelo, que realizó una encomiable labor comunitaria en los sectores pobres capitalinos. Por ello, Sylvia del Villar, quien solía maquillarse y vestir a la usanza africana, también fue objeto de múltiples reconocimientos.
En 1977 estableció su propio Teatro Luis Palés Matos en la Calle San Sebastián, del Viejo San Juan. Aquella fue la sede de su trabajo artístico durante los siguientes cinco años. Allí creó el Grupo Teatral Soninke y presentó proyectos músico-teatrales, tanto propios como de otros artistas, siempre enfocados hacia la cultura negra. Muy desafortunadamente, las constantes querellas de vecinos por el alegado ruido originado en el lugar que trascendía a la calle y los gentíos que se formaban en sus derredores ocasionando incomodidad entre los residentes provocaron su cierre en 1981. Era muy obvio que aquel problema encerraba matices racistas, pues nadie se quejaba de las mucho más ruidosas discotecas que proliferaban en la zona y los revoltososos visitantes a las mismas que sí ocasionaban frecuentes disturbios.
Tras el cierre del Teatro Luis Palés Matos, fue nombrada directora de una oficina dedicada al estudio y promoción de la aportación africana a la cultura puertorriqueña adscrita al ICP. A mediados de aquella década se involucró en otro proyecto que denominó Puerto Rico-África. Lamentablemente, el cáncer pulmonar ya la torturaba. Abatida por este mal, fallecería en el mismo sector santurcino que la vio crecer, Villa Palmeras, el 5 de febrero de 1990.
Una división del Segundo Ruiz Belvis Cultural Center, en Chicago, Illinois, fue bautizada con su nombre como tributo a su legado. r
M.L.O. / KTA.
Septiembre 21, 2010.
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