La realidad es que, cuando a determinado individuo o empresa le sonríe la fortuna y recurre a un asesor financiero en pro de la defensa y multiplicación de la misma, casi infaliblemente éste le aconsejará que se afilie a alguna causa noble o que establezca alguna fundación de carácter benéfico – si lleva su nombre, mejor –, pues tal tipo de instituciones constituyen la mejor agencia de relaciones públicas con que pueda contar cualquier personalidad exitosa y, dependiendo de las normas de fiscalización del país (o países) beneficiado con su “arranque de altruismo”, de esta manera sus administradores podrían “jugar” con sus finanzas en vías de obtener el mejor provecho. O sea, no siempre las cosas son tan bonitas y encomiables como parecen.
De ahí que, con tanta frecuencia, nos topemos con figuras de la farándula o los deportes cuyos antecedentes de “non sanctas” son de conocimiento general a quienes, de súbito, les “asalta la necesidad de compartir” con niños pacientes de cáncer u otra calamidad y, antes de que lleguen al hospital donde los pequeños pacientes están recluidos, ya la clínica de turno ha sido invadida por un batallón de fotógrafos y reporteros convocados por sus representantes, para así impartirle carácter de “entrada triunfal” al arribo del nuevo “benefactor”. Todos sabemos, además, del caso de una estrella cuyas andanzas románticas siempre han sido escandalosas, pero que olímpicamente emergió como abanderada de la defensa de mujeres maltratadas.
Valga señalar que las causas que envuelven a niños, ancianos y víctimas de la violencia doméstica son las favoritas de esta nueva cepa de “benefactores”, no por la atención tan particular que ameritan, sino porque las mismas generan mayor y más rápida emotividad entre la gente. Son los recursos denominados “parte alma”.

Por tanto, entendemos que un caso posiblemente único en la historia de la industria del espectáculo lo constituye el de la excelsa cantante y compositora sudafricana Miriam Makeba, fallecida el lunes 11 de noviembre de 2008, a la edad de 76 años, luego de sufrir un infarto cardíaco en pleno escenario acabando de interpretar el tema Pata pata, que la catapultara a la fama mundial en 1967 y con el que concluyó el fenomenal concierto que ofreció en la municipalidad de Castel Volturno, al Sur de Italia. Tal evento fue a beneficio de los familiares de seis inmigrantes de Ghana que fueron asesinados por sicarios de la mafia napolitana, popularmente denominada “La Camorra”. Incluso, el productor de este concierto, Roberto Saviano, está amenazado de muerte por dicha organización criminal que, a diferencia de la mucho más poderosa siciliana, que tiene ramificaciones en Estados Unidos – Cosa Nostra –, concentra sus actividades delictivas en la piratería.
Con la mordaz e irónica sabiduría con que solía acompañar sus palabras, el genial humorista norteamericano Julius «Groucho» Marx (1890-1977) a menudo describía a los filántropos como “gente con suerte que ya no sabe qué hacer con lo mucho que le sobra… para multiplicar lo que la vida no les dará tiempo de disfrutar”. No dudamos que su pensamiento se le puede aplicar a muchos que han sido capaces de venderse como “paladines” de las causas nobles. Pero, definitivamente, Miriam Makeba, a quien se le llamaba «Mamá África», no pertenecía a esa claque. Era de una estirpe que raras veces surge en la historia.
Había nacido en Johannesburgo, el 4 de marzo de 1932 y su infancia transcurrió en Petroria, en la región del Transvaal. Hizo sus pinitos artísticos cantando gospel en un templo católico y en funciones organizadas por la institución Kilmerton, que daba de comer los habitantes sin hogar ni trabajo. Estimulada por sus acompañantes, quienes la consideraban prodigiosa, en 1950 emprendió su trayectoria profesional como vocalista principal del grupo The Black Manhattan Brothers con el que recorrió gran parte del contienente africano. De aquella etapa data su composición consagratoria, Pata pata, que grabó originalmente con aquel colectivo en 1956, aunque esta se convertiría en exitazo once años más tarde a través de su segunda versión discográfica, que dio título al álbum RCA Victor, RS-6274, editado en 1967.
Ya desde 1944, cuando apenas contaba doce años, su existencia – al igual que las de todos los de su raza – había tomado un giro drástico, pues el denominado Self Government Act encabezado por el Partido Nacional implantó el nefasto apartheid, régimen que pretendía separar las razas (blancos, bantúes o negros y coloured o mestizos) en el terreno jurídico, estableciendo una jerarquía en la que todos los ciudadanos que no fueran blancos estarían al servicio de éstos. Ningún miembro de tribu tenía derechos como el de asistir a una universidad, recibir educación secundaria, ni de entrar a lugares reservados a la raza privilegiada. Aquel brutal sistema tuvo sus voces disidientes que pagaron carísimo su arrojo siendo víctimas de implacable persecusión, torturas, encarcelamiento o, en el “mejor” de los casos, el exilio. Por otro lado, jamás será posible precisar la cantidad de caídos en espantosas masacres.

En 1960 coincidió con el norteamericano, de origen jamaiquino, Harry Belafonte, también reconocido como fervoroso activista contra el discrimen racial, en un evento artístico realizado en Londres. El llama do «Rey del Calypso» la convenció para que se estableciera en Nueva York, donde tendría oportunidad de proyectar mejor su carrera contando con su apoyo. Ella aceptó la propuesta y él cumplió su palabra, logrando vincularla a la multinacional discográfica RCA Victor y relacionándola con músicos del más alto calibre, entre ellos los trompetistas Dizzy Gillespie y Miles Davis, el pianista Duke Ellington, el vibrafonista Lionel Hampton y cantantes como Ray Charles, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughn y Dinah Washington. Junto a Belafonte compartió créditos en varios álbumes que hoy son considerados de culto. Entre ellos An Evening With Belafonte / Makeba (RCA, LPS-3420), editado en 1965 y que al año siguiente, 1966, les hiciera merecedores del Premio Grammy.
Para los puertorriqueños reviste particular significado el hecho de que, a partir de su etapa en Nueva York, la figura de Miriam Makeba estaría vinculada a muchos músicos nuestros. Algunos, como el saxofonista tenor Alfredo «Al» Abreu – prematura y trágicamente fallecido miembro fundador de la Orquesta Apollo Sound, de Roberto Roena (1969) –, el trombonista Richard Morejón y los percusionistas Michael Juarbe y Jerry Vélez llegaron a formar parte de su banda y otros, – Ray Barretto entre ellos – la acompañaron en grabaciones o en espectáculos. Pero, más aun, su famoso Pata pata constituyó el máximo jitazo de El Gran Combo durante 1968, habiendo aparecido en el álbum Pata pata-Jala jala-boogaloo (Gema, LPG-3057), que había llegado al mercado durante las postrimerías del año anterior. El impacto de la pieza fue tan contundente que rápido acumuló versiones adaptadas a la salsa, la cumbia y al merengue, tanto en la plaza neoyorkina como en México y en toda la región del Caribe.
En el interín, su denuncia ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de los atropellos del régimen del apartheid – vocablo sudafricano derivado del idioma holandés que significa separación – desembocó en que el gobierno de su patria la despojara de su ciudadanía legal en 1963. Para entonces, calificada como “subversiva”, ya estaba en la mirilla del FBI estadounidense. En 1968 contrajo matrimonio con Stokely Carmichael, uno de los míticos líderes de la organización Las Panteras Negras (a la que pertenecían muchos boricuas) con quien colaboró intensamente en la lucha contra el discrimen racial. En lo sucesivo, el contenido politico de sus composiciones cobró un matiz mucho más agresivo. El acoso del FBI en su contra se tornó mucho más evidente, lo cual desembocaría en su huída de Estados Unidos. Entonces se instaló en Guinea Conakry, hecho que implicó su consecuente separación de Carmichael.
Miriam Makeba ya era reconocida por la crítica como poseedora de una de las voces más emotivas y educadas en el panorama de la música popular a nivel mundial. También, como la cantante africana más importante de todos los tiempos. Su exilio no impidió que recorriera el mundo, agotando fructíferas giras de conciertos. Pudo haber sido multimillonaria… pero no lo fue. Porque todas, absolutamente todas, sus presentaciones artísticas, en los que lucía los atuendos típicos de su tierra, eran en pro de la lucha contra le segregación racial, a favor de menesterosos o a propósitos educativos. En otras palabras, puso su extraordinario talento al servicio de la humanidad, limitándose a vivir decorosamente, pero sin riquezas materiales. A Estados Unidos retornó repetidamente a partir de los postreros años ’70. En 1988 no puso reparos en compartir con el boricua Chayanne en una nueva versión de su consagratorio tema Pata pata, que aparece en la producción titulada con el nombre de éste intérprete (CBS, DIL-010492).
Otro dato que ata a Puerto Rico con esta melodía es el hecho de que, once años más tarde, la estelar Olga Tañón la incluyó en su disco Olga viva, viva Olga (WEA Latina, WL-132895), que fue grabado durante las presentaciones que ella realizó en el muy exclusivo centro nocturno House of Blues, en Orlando, Florida, el 26 y el 27 de agosto de 1999, con el trompetista Humberto Ramírez como director musical. Este álbum fue editado el 16 de noviembre y de inmediato se colocó entre los cinco nominados en la terna de Mejor Producción de Música Tropical del Año para la primera gala de entrega de premios Grammy Latinos, a celebrarse en el Staples Center, en Los Ángeles, el 13 de septiembre de 2000. Nuestra compatriota – que al cabo de una década sería la máxima copadora de estos publicitados megáfonos –, no fue resultó agraciada aquella noche, pues el galardón se le entregó al cantautor dominicano Juan Luis Guerra por su compacto No es lo mismo ni es igual (Karen, CDK-930216). Lo irónico del caso es que Olga viva, viva olga sí se llevó el codiciado megáfono, pero en su más genuina y respetada versión, que es la anglosajona, lo cual aconteció el 21 de febrero de 2001.
Mientras tanyo, en 1990, el entonces presidente sudafricano Frederik De Klerk había logrado los avances necesarios para la soñada erradicación de la segregación racial. Incluso, devolvió la ciudadanía a Miriam Makeba y reclamó su presencia en el país para que colaborara en la tarea de convocar a las mujeres a la lucha. El 10 de junio de aquel año se recordaría como la fecha de su histórico regreso. Tal gesta culminaría con el fin del aparthaid en junio de 1991 y la liberación y retorno a Sudáfrica de Nelson Mandela, quien no demoraría en tomar las riendas de su nación. Éste no vaciló en reclutarla como una de las más valiosas colaboradoras de su gobierno.
La trayectoria artística y patriótica de esta extraordinaria mujer fue reconocida con designaciones como Embajadora de Buena Voluntad de la FAO (1999); el Premio de la Paz Otto Hahn, conferido por la Asociación Alemana de la ONU (2001) y el Polar Music Prize instituido por la Real Academia Sueca de la Música (2002).
Dejó una vasta y muy valiosa discografía.
Aquellos lectores que no saben lo que se han perdido al desconocer su rico legado artístico, les recomiendo conseguir y disfrutar de, por lo menos, alguna de las siguientes producciones discográficas que nos dejó: